jueves, 13 de octubre de 2011

La educación como proceso de liberación.

Educación: “proceso de humanización del hombre que se produce en todo tiempo y lugar donde la persona entra en contacto con otras y con el mundo físico-natural e histórico-cultural permitiéndole desarrollar su potencial genético y heredado y adquirir aprendizajes para adaptarse y actuar renovadoramente en y con su medio, teniendo una doble dimensión: individual y social de conservación y renovación del patrimonio cultural”

Leyendo sobre la educacion en el proceso de humanizacion del hombre, encontre un documento escrito por Harold Soberanis y quise compatir algunos fragmentos del este. 
Una de estas maneras de entender qué es la educación, es aquella que la define como un proceso de emancipación o liberación del ser humano. De esta misma definición se infiere, por lo tanto, el papel que la educación debería jugar dentro del contexto social, esto es, la de servir de medio de liberación del sujeto. 
En ese proceso de humanización que conlleva la educación pues, el hombre no sólo asume su propia naturaleza, sino que encuentra a través de ella, una posibilidad de liberarse de ataduras de todo tipo y de realizarse en conjunto con otros seres humanos.  
Pensemos, por ejemplo, en el tipo de educación que se imparte en nuestra sociedad actual. Este modo de educación busca, más bien, multiplicar las formas de enajenación que se derivan de un sistema opresivo. De ahí que se sigan reproduciendo y fomentando métodos educativos que ven al educando como un ser pasivo, marginal e ignorante.  
Otro rasgo fundamental de una verdadera pedagogía liberadora, es el de fomentar en el sujeto un pensamiento crítico, incentivándole a asumir una actitud cuestionadora de la realidad en la que está inmerso. En este sentido, la educación adquiere el papel de instrumento político, en tanto que se constituye en la herramienta idónea de renovación y transformación de los seres humanos y la sociedad en la que viven.  
De los muchos pensadores que han propuesto esta manera nueva de entender la Pedagogía, está Paulo Freire. Para él, una verdadera educación sólo es posible en tanto tenga como objetivo primordial la humanización de la sociedad, lo que únicamente se dará en cuanto tal educación persiga la liberación del individuo.  
Dicho tipo de educación ha fomentado seres pasivos que aceptan todo sin poner en duda si eso que se les dice es verdad. Claro, esta forma de educar favorece a un sistema que lo único que busca es hacer de las personas seres consumistas, pues eso beneficia al “mercado”, ese ámbito mágico y misterioso que lo resuelve todo. En un sistema perverso como el capitalismo, lo mejor que puede pasar es contar con un rebaño obediente y codicioso, y no con seres pensantes y cuestionadores.  
Existen muchas formas de deshumanizar al hombre, pero sólo una de humanizarlo: la educación. Por eso Freire insiste en romper con la visión tradicional de la educación, la que él denomina “educación bancaria”, en la que se ve al sujeto como el depositario de un saber que presume de ser absoluto. Esta forma de entender la educación es propia de la pedagogía del opresor. En ésta, se plantea la dicotomía maestro-alumno, dicotomía que expresa una relación de poder, pues aquél es el que sabe y éste el que no. De ahí que la propuesta de Freire sea la de nunca considerar al sujeto como un ente pasivo o como un objeto. La nueva educación deberá partir de la idea de que el hombre es un ser abierto a muchas posibilidades, pues es un ser libre y, sobre todo, es un ser, no una cosa. 
Es claramente notorio el carácter político de la educación en esta propuesta de Freire. En efecto, una educación liberadora, humanizante, se convierte en un instrumento político efectivo para llevar a cabo la transformación del entorno social del individuo. Si una educación real busca liberar al hombre, esto sólo será posible en tanto se tenga clara conciencia del papel político que juega la educación. Y tómese en cuenta que me refiero a la política y no a la politiquería, que es lo que nuestros mal llamados gobernantes hacen con ella. Ver la educación liberadora como un instrumento político significa que aquella fomenta y estimula una conciencia crítica en la persona para que, como ciudadano libre y responsable, pueda incidir en la realidad social a la que pertenece. Tal incidencia no puede ser otra que la búsqueda de la transformación de su entorno para hacer de este, el ámbito propio e ideal donde pueda realizarse plenamente.  
Por eso mismo debe cambiarse la visión que se tiene de educación y debe configurarse una nueva, ya no de forma vertical sino horizontal. Esto no significa más que ser conscientes de que, tanto el maestro como el alumno, están al mismo nivel y ambos aprenden recíprocamente en dicho proceso sin olvidar, obviamente, las diferencias de cada uno pero sin que esas diferencias sean expresadas en términos de una relación de poder, que subyuga a quien está en desventaja. De ahí, pues, la necesidad de enfatizar sobre la importancia de la filosofía y de cómo ésta puede estimular en los seres humanos ese pensamiento crítico que hace de los seres humanos verdaderos ciudadanos.
Es necesario, en este punto, distinguir entre ser crítico y criticón. La más de las veces se cae en la última posibilidad. Ser crítico significa evaluar con criterios válidos y sólidos, los elementos que configuran la realidad, tratando de encontrar en ellos sus fundamentos y sentidos. Ser crítico es, en último término, ponderar lo factores positivos y negativos del entorno. Ser criticón, en consecuencia, es sólo observar lo malo. De ahí que toda crítica sea positiva y sea una tautología decir, como muchas veces escuchamos, la frase “es una crítica positiva”, cuando de suyo toda crítica, por definición, lo es.

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